Siempre estas distanciada del resto de la manada, sumida en tus pensamientos. Quieres analizar todo lo que te rodea, pero no puedes; te afecta, te duele. ¿Qué es eso que te produce dolor en el corazón?
Caminas por esos espacios estrechos, olfateando si esta despejado, o si no hay algún lobo de otra manada cerca acechando. Te detienes, y alzas la mirada hacia el cielo: la luna esta ahí.
Es tu guía en esos momentos de oscuridad. Es tu luz en esos tormentosos pensamientos... y sentimientos también.
Vuelves a caminar hacia la dirección qué es tu refugio en esos momentos. Aquel sitio que es tu hogar cuando quieres sentir la soledad completa. No hay más lobos, sólo tú. Y eso está bien, lo juras.
Luna sabe que no es así; te consuela mostrándose tal cual es: imponente con una luz blanca, que podría cegar a cualquiera pero no a ti.
Llegas al acantilado de siempre, tu hogar. Te sientas sobre tus patitas traseras, y desde lo más profundo de tu alma, empiezas aullar. Le aullas a la luna con mucho sentimiento, y sin que lo supieras, tu manada te escucha. Sienten lo mismo que tú, y desde lo lejos, te acompañan.
Porque saben que tú siempre serás esa loba solitaria.
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