Cara a cara con el ángel de la muerte

El reloj seguía su curso. Tic-tac, tic-tac. Era algo que no lo podía cambiar, tampoco deseaba hacerlo. Algo dentro de mí me decía, corrección, más bien me gritaba: ¡Ya se acerca la hora! Trataba de no hacerle caso, ni a mi consciencia ni a nadie; tal vez sea verdad, como también pueda ser mentira. Me preguntaba a que se debía eso, pero sólo obtenía el silencio como respuesta.

Miraba la luna, y esta parecía triste. Sé que no está de acuerdo con mi decisión, pero era lo mejor. Por ellos, por mí. Es tan duro saber que dejas a un poco de personas, sin embargo, no es lo que digan ellos, es lo que el corazón manda. En el fondo ya tenía la sensación de que en cualquier minuto alguien vendría por mí. Sonreí melancólicamente. Era necesario hacerlo.

La brisa se volvía, a cada paso, más fuerte hasta llegar, incluso si es posible, irritante. Era como si un padre estuviera retando a su hijo. Así me sentía yo. Es como si la mamá naturaleza me estuviese regañando por la decisión que tome. Todos saben que es algo que no se puede evitar.

No existe la coincidencia.

De repente siento que soy observada por alguien, me giro lentamente y trato de buscar al responsable de esa mirada . Sorpresa la que me llevo. La persona que estaba en frente de mi, en realidad no era persona. Era ese ser a quien le tenemos miedo, bueno, que nos enseñaron a temerle, pero que en el fondo es alguien bueno y de noble corazón. Sólo cumple con su trabajo, como todos los demás.

Supe que ya era momento de que la decisión que tome, se llevará a cabo, así medio mundo se oponga. No son ellos, soy yo. Sólo quiero ser feliz y aquí, inevitablemente, no lo soy. Había un brillo especial en su mirada, no lo sabía descifrar, más bien era como si me mirase con ternura y amor. Amor de padre a hija. Ahí estaba, frente a frente con el...

—Aún no es hora, pequeña —me dijo él.

—¿Por qué? —pregunté con mucha confusión —Es algo que lo pedí. Rece para esto.

—Puedes pedir todo lo que quieras, pero tu historia aún debe continuar. Así está escrito en el libro "Destino".

Mis ojos reflejaron tristeza profunda. Él era un esqueleto que se cubría con una túnica con capa, dejando apenas ver los huesos de sus manos y parte de sus brazos. Sus alas negras, grandes y hermosas; sentía la necesidad de ser abrigadas por ellas. Baje mi rostro, llevándome una mirada triste y melancólica. Por años, le rezaba a ese Dios para que me llevara a un lugar fuera de la tierra, y ahora que tengo al ángel de la muerte frente a mi, no lo hace.

Sentí como una de sus manos frías me acariciaba con ternura mi mejilla. Levante mi cabeza lo miré y sonreí de manera nostálgica. Con su otra mano, me abrazo por la cintura apegandome hacia él. Oculte mi rostro entre su cuello y pecho. Me acariciaba con mucha ternura, luego me vi envuelta en medio de sus hermosas alas. Me separo de él y mirándome con infinita ternura de dijo:

—Aún no es tu tiempo, pequeña. Sé fuerte, y lucha con todo tu corazón para que puedas hacer tus sueños realidad. Yo seré de ahora en adelante, tu ángel guardián. Cuidare de ti siempre.

Asentí levemente. Estaba conmovida. Por lo menos sabía ahora, que no estaba sola. Él me acompañaba siempre y sé que estará aquí conmigo, vigilando de que nada me pase. Ahora mi vida cambió, y me ha ido bastante bien, de en vez en cuando le digo "papá o papi" a mi angelito guardián. Nunca imagine, que Dios me enviaría a ese ser a que cuide de mi. Bueno, después de todo, creo que mis rezos sirvieron de algo. Hoy veo la vida de otra manera, sonrió y me siento feliz de seguir aquí. Sé que él estará junto a mi, hasta cuando sea la hora de mi partida.

Miro por última vez a la luna, y esta vez sonríe, porque brilla de una manera intensa. Vuelvo a mirar a mi angelito, y me espera paciente, con una sonrisa, para emprender junto a mi, de nuevo, la caminata.