Continuación de San Valentín
Ingreso el llavín en la cerradura de la puerta
de su casa. Estaba pensando. Últimamente hacia eso, después de lo que paso dos
meses atrás. Adoraba a sus padres, pero sinceramente no sabia como lidiar con
ellos cuando les diera la noticia. Estaba asustada y preocupada. Nunca se
imagino que él la pondría en ese predicamento. Y había jurado no verse más con
él, ni siquiera para decirle la verdad.
¿Egoísta? Puede que si sea.
Por otro lado estaba la edad de sus padres.
Eran personas jóvenes a pesar de rondar los sesenta años, pero desgraciadamente,
ambos sufrían del corazón. Aquello, además de ponerla triste, la tenía
preocupada, ¿cómo será la reacción de ellos? ¿Por qué tuvo que ser tan débil y
acostarse con su enemigo en la habitación de un hotel? Sólo ella pudo hacer
semejante cosa. Lo peor de todo, es que no sabría que actitud tomarán cuando se
enteren de quien es el padre, ¡Y ella no quiere ponerlos enfermos a ninguno de
los dos!
Tenía que ver la manera de cómo comunicarles la
noticia, obviando el detalle de quien es el padre. Pero por más que le daba
vueltas al asunto, no encontraba la forma de hacerlo. Suspiro.
Todo es tan confuso. Debería golpearse la
cabeza por haber sido tan tonta, pero no iba a seguir lamentándose por lo
ocurrido. Tomo la decisión de tener al niño, lo haría sola. No le diría nada a
él, a pesar de que es el padre de la criatura, su orgullo podía más. ¿Por qué
tuvo que verlo aquel catorce de febrero? No debió hacerlo, pero el destino se
empeño en hacerlo y ahí estuvieron, frente a frente. Pero eso no fue lo peor,
no señores. Lo peor fue, una semana después. Y ahora no sabía que hacer.
¡Basta de lamentaciones!
A lo lejos escucho una canción. Por lo que
escucho, era la voz de aquella cantante colombiana famosa por sus letras de
canciones y su música. Se trataba de nada más y nada menos que de Shakira.
Afino aún más el oído, y al comprobar la letra de la canción, le saco una
sonrisa, pues se trataba de “Pies descalzos, sueños blancos”. ¿De verdad se
acerca el fin del mundo? Si es así, ¿por qué nadie le aviso?
—No es bueno quedarse parada en
la mitad del camino —le sobresalto la voz de su padre.
—Lo siento, papá. Estaba pensando
en unas cosas —para que su padre no le pregunte que eran esas “cosas”, se
apresuro a preguntar —¿Y mamá? ¿Por qué escucha esa canción?
—A tu primera pregunta: tu mamá
esta en la cocina. A tú segunda pregunta, pues no sé porque está escuchando esa
canción. Creo que pensó en ti y se puso a escucharla. Ya estás en edad de haber
formado una familia, hija, pero respetamos tu decisión de que sigas así
soltera. No podemos hacer nada para que cambies de opinión.
—¡Papá! —el hombre sólo se encogió
de hombros y movió la cabeza en forma negativa, siguió por su camino hasta la
biblioteca.
La joven sabía que su padre tenía
razón, y con cada palabra que le decía, el corazón se le encogía, ¡les estaba
ocultando una gran verdad! Estaba con la cabeza hecha un lío, todo lo que había
logrado se iba desmoronando de a poco. Toda su perfección, se resquebrajaba como
si fuese un cristal a punto de partirse.
La casa no era grande, pero
tampoco era tan pequeña. Podría decirse que era mediana, con un cuarto
principal con baño, donde dormían los señores McAll, otra habitación, también
con baño propio donde dormía la joven, una biblioteca, sala, comedor y cocina.
Aparte del garaje que tenían, donde guardaban el automóvil sedan marca Toyota
Corolla del 2010.
La joven opto por dirigirse a la
cocina a ver a su madre.
¿Por qué diablos se acostó con
él? Acaso no tenía memoria, o se fue de vacaciones y las ganas pudieron más,
¡basta! Ya estaba sufriendo mucho con ese calvario, como para seguir con lo
mismo por otro buen rato. Ella sólo quería comunicarles a sus padres la noticia
y de lo que estaba planeando hacer, nada más. Ambos sufren del corazón, no pueden recibir noticias impactantes.
Si, eso la detenía.
Se encontraba en una disyuntiva, gracias a él,
y que estaba a punto de volverse loca. Si es que ya no se había vuelto ya. ¿Por
qué no terminaba encerrada en el manicomio? De seguro alguien allá arriba debe
quererla mucho para que no lo haga, y la tenga así, todavía con un poco de
cordura y de neuronas. Si, ese alguien la debería querer mucho.
Una vez en la cocina, vio a su
madre que manipulaba con agilidad los instrumentos de cocina. Estaba preparando
los almuerzos. Si, su madre tenía la costumbre de preparar el almuerzo del
sábado y de paso preparaba el del domingo. Así que ese día descansaba, pues
cada quien se calentaba la comida, aunque siempre era la señora McAll quien
calentaba y llamaba a la mesa.
Se sentía aturdida.
La señora McAll volteo la cabeza
hacia la entrada de la cocina, porque percibió la presencia de alguien que la
observaba y no se equivoco, era su hija. Ambas se miraron con respeto, pero la
señora, por sus años de sabiduría y observación, había notado que a su única
hija le pasaba algo, que la perturbaba para ser más claro. Ya vería la forma de
hablar con ella, pues para ellos, ella era su razón de vida, y que a pesar de
los años que pueda tener, ella seguía siendo su pequeña princesa. Nadie
cambiaria eso.
—Pon la mesa, Xiana. La comida ya
esta lista.
—Claro, mamá.
Xiana hizo lo que su madre le
pidió. Mientras lo hacia, pensaba en lo perfecta que había sido, hasta que
cometió aquel error. No se lo perdonaba. Mentiría si dijera que no se sentía
frustrada, porque si lo estaba, pero era más que eso. Estaba decepcionada de sí
misma, porque había caído tan bajo. Toda su vida perfecta, se derrumbaba en
frente de sus ojos, porque ella, Xiana McAll, había cometido la estupidez más
grande de su vida. Pero al menos, ya no estaría tan sola, ¿verdad?
Su corazón se oprimía cada vez
que pensaba en ese día. Pensar que había fallado a sus padres, que se había
fallado a sí misma, que había fracasado como mujer de palabra, todo esos sentimientos
negativos que la abrumaban, hacían que
le doliera mucho. Ella no era así.
La mesa estaba puesta. Los
cubiertos, los vasos estaban en su lugar. Todo estaba como tenía que estar, y
sin darse cuenta, esa acción, esa imagen la demostraban a ella lo que era
realmente: perfecta. Hasta el día que decidió verse con él, pero eso no fue lo
malo, no, claro que no. Lo malo fue que se acostó con él a sabiendas de cómo
eran las cosas. Peco de ingenua, ¿tal vez? Pensó que no pasaría a mayores, y
termino siendo eso precisamente, convirtiéndose en algo mayor, de mucha
responsabilidad.
Ahora entendía cuando le decían
que era débil de carácter.
Su mundo ordenado, disciplinado,
correcto se había perdido, ¿para siempre? Eso lo averiguaría en un par de días.
Se sentó en su puesto, mirando la
pared de color crema y su mente se perdió. Empezó a divagar en cada uno de los
momentos de su vida. Sus logros, sus triunfos, sus meritos, pero ellos iban
acompañados de sus fracasos, de sus caídas, de sus lágrimas. Pensó en aquel
niño que llevaba en su vientre. Esa criatura que estaba a punto de cambiar por
completo su vida.
Se preguntaba que reacción
tendría sus padres, por enésima vez. ¿Dolor? ¿Furia? ¿Decepción? ¿Sorpresa?
¡Ah, por Dios! Son tantas las preguntas y ninguna tenía respuesta. La verdad
era que no sabía que hacer. Por primera vez en su vida, se sentía fuera de la
realidad y como una niña pequeña que ha cometido una travesura que puede
merecer castigo. Y eso la ponía triste, ida. Lloraba en silencio, no tenía la menor
idea de a quien acudir. Si se lo decía a sus amigos, ellos de seguro la
mandarían a volar hacia el otro lado del continente, por su estupidez. Eso es
seguro.
Tan perdida estaba en sus
pensamientos, que no se percato que sus padres ya estaban sentados en la mesa,
y la comida ya estaba servida. Había llegado la hora, lo intuía. Tenía miedo a
enfrentarse a sus progenitores, decirles lo que estaba ocurriendo. Era la
primera vez que se sentía así, vulnerable, ¡quería gritar!
El señor y la señora McAll se
miraron preocupados. Veían comer a su hija, y algo les indicaba que no estaba
bien. Estaba callada, la cabeza agachada y la mirada perdida en quien sabe
donde. Xiana no estaba alegre como en otras ocasiones, ni porque al día
siguiente era el día de la madre, una fecha especial. Suspiraron. Pero ninguno
dijo nada, esperarían a que su hija hablara por ella misma. Sin presiones.
El tiempo pasaba, nadie decía
nada. La mirada angustiada de la señora McAll se hacia presente, su corazón se
encogía de sólo verla así. De hecho, ya llevaba varios días con esa actitud,
pero sobre todo que estaba pagada. ¿No le pudo ocurrir algo malo o si? Trabajo
tenía, lo sabía porque Xiana siempre se despedía de ellos y les decía que se
iba al trabajo, que tenía suerte de ser organizada, porque si no…
Además, era ella quien llevaba el
dinero a la casa, y con el sueldo de la jubilación de su padre, se ayudaban
mucho para salir adelante y vivir cómodamente.
Sino era eso, entonces ¿Qué era?
—Mamá, papá, hay algo que debo
comunicarles —aquellas palabras no sonaban a algo bueno.
—¿Qué pasa cariño? Dile a mamá y
a papá lo que pasa. Te podemos ayudar, ¿lo sabes, verdad?
—Yo… Yo… —se angustiaba, las
palabras se quedaban atoradas en la garganta. Tomo un respiro y lo soltó —Estoy
embarazada.
Los señores McAll no podían
creerlo. ¿Quién era el padre? Hasta donde sabían, Xiana no tenía novio ni
pretendiente, ¿entonces?
De un momento a otro, Xiana se
levanto de la mesa, dejando la comida a medio comer, prácticamente no había
probado. Se notaba que no tenía hambre, pero por la reacción de su hija, no era
algo bueno, o al menos que no quisiera
al bebé, aunque dudaban de ello. Los esposos McAll se miraron entre sí, pero no
iban a ir detrás de su hija. Le darían su espacio y su tiempo, no querían
obligarla a nada. Xiana necesitaba poner en orden sus ideas, sus pensamientos.
Todo era confuso.
¿Saben lo frustrante que es llevar en tu vientre a un niño de un hombre
a la cual no lo quieres ver ni en pintura? ¿No? No lo vivan nunca, no se los
recomiendo a nadie. Pensaba Xiana, mientras estaba acostada en la cama
llorando. Había demostrado ser débil ante él, y era eso precisamente lo que no
quería demostrar. Pequeño detalle.
Y así pasó, hasta quedarse
dormida profundamente.
El sol se ocultaba a las 6:20
p.m., estaba dando paso a la noche, y Xiana seguía dormida. Los padres de la
joven no podían ocultar su preocupación, porque a pesar de todo, era su única
hija y ella jamás había dado de que hablar sobre su persona. Siempre había sido
una joven de ejemplos, aunque tenía defectos como cualquier ser humano. Las
personas que la conocían, hablaban muy bien de ella. ¿Por qué ese
comportamiento?
Aún seguía dormida.
Preocupante.
El señor McAll estaba en la
biblioteca leyendo el periódico. Tenía
esa costumbre de leer el periódico a las 6:30 p.m. de la tarde, una costumbre
adquirida por los años, después de haberse jubilado. Su esposa, por el
contrario, leía el periódico a las 9:00 a.m., justo después de tomar el
desayuno. Ella se despertaba a las 7:00 a.m. para despedir a Xiana, luego se
quedaba haciendo algunos quehaceres. Él se despertaba a las 10:00 a.m.
¿Bonita costumbre, no?
7:00 p.m.
Los señores McAll escucharon algo
de ruido que provenía de la habitación de Xiana, era la oportunidad perfecta
para hablar. La señora salió del comedor en dirección al cuarto. Toco un par de
veces, escucho un pase y entró. Xiana
estaba acostada de lado, mirando la pared. Su madre la conocía bien, había
estado llorando, hasta haberse quedado dormida de esa manera. Sus ojos rojos la
delataban.
Tenía tanto miedo.
—Cariño, el estar embarazada no
es malo, más bien es una bendición. ¿Por qué reaccionas así?
—No es por eso, mamá. Es por
quien es el padre. Porque demostré debilidad y no debí haberlo hecho. Pero es
él, y sabe como hacerme caer a sus pies.
La madre empezó a tener una
ligera sospecha, sin embargo, se animo a preguntar, para salir de sus dudas de
una vez por todas.
—¿Quién es el padre?
—Axel McGonal…
La señora McAll se quedo sorprendida, estaba
sentada en el borde de la cama. Así que por él, su hija estaba así. Le paso la
mano por el rostro, acariciándola, susurrando palabras de aliento, de valentía.
En un momento dado, Xiana se levanto, coloco su cabeza en el regazo de su madre
y se quedo ahí, acurrucada buscando consuelo de ella. La señora McAll, la
entendía perfectamente.
—Si sientes que nos has
defraudado, te equivocas. Además, ya era hora de que formaras un hogar. Tienes
un título profesional, tienes un buen trabajo, ganas bien, era el momento,
hija.
—Pero seré madre soltera…
—¿Me estas diciendo que no le
dirás nada a Axel McGonal?
—Sí, mamá. Él no puede enterarse
de que tiene un hijo. No lo quiero tener cerca de mí, no después de lo que me
hizo hace tiempo.
Suspiro la señora McAll.
—No estoy de acuerdo contigo. Él
necesita saber que es padre, para que al menos se haga cargo de la criatura y
pase la pensión alimenticia. Xiana, recapacita por favor.
—Mamá. Simplemente no quiero
tenerlo cerca de mi persona, y no quiero que el niño sea la excusa perfecta para
que él este aquí. Por favor…
—Está bien. Si esa es tu
decisión, aunque no la comparto. En todo caso, si decides tener al niño sola,
deberás tener a alguien quien te ayude a criarlo…
—Estaba pensando en ustedes,
pero…
—Oh, cariño. Será un placer
ayudarte con nuestro nieto. Ya verás que todo saldrá bien.
—Gracias, mamá.
No era justo para Axel que no
supiera la verdad, pero Xiana ya había tomado la decisión. Nadie le
contradecía, porque en cierto punto, ella tiene la razón, ¿cómo confiar en
alguien que dice una cosa y termina haciendo otra? No. Él jamás se enteraría de
la verdad, aunque muchos no estuvieran de acuerdo. A pesar de todo, él era el
padre de la criatura, y gozaba de los mismos derechos.
Xiana se acurruco más en los
regazos de su madre. La señora McAll entendía como se sentía su hija, por eso
le dijo aquellas palabras, por lo menos acepto el hecho de que va a ser madre,
y no le importaba si era sola o acompañada. Creyó, por un momento, que su hija
le iba a decir que pensaba abortar a la criatura, pero no fue así. Gracias a
Dios.
Como había dudado de su única
hija. No era por mala, sino por experiencia. Una amiga de ella le contó que su
hija había quedado embarazada, y que había tenido planeado abortar al niño,
pero que se dio cuenta de las intenciones y la detuvo. Había estado
desesperada. ¿Por qué hay mujeres que toman esas clases de decisiones? ¿No se
sienten orgullosas de ser madre, de llevar un nuevo ser en el vientre?
¿Acaso la sociedad de hoy en día
es tan superficial que no les importa ese tema? Pero que va, si algunos están
de acuerdo con eso, en especial las feministas. Pero, en realidad esas personas
no tienen argumento sólido. ¿Qué el cuerpo es de la mujer y ella decide que
hacer con el? Perfecto. Si es así, entonces ¿A que se meten a tener relaciones
sexuales sin protección para luego estar matando a un ser que no tiene la
culpa?
No lo entendía. Quería hacerlo,
pero no podía. Y no es que fuera moralista, pero aquello, para ella, no tenía
sentido. Así de simple. Y por eso, pensó que su hija, al estar desesperada de
tener un hijo en el vientre de un hombre que no le quiere ver ni en pintura,
tomaría esa decisión. En cierto modo, se sentía culpable de haber pensado así
de Xiana. ¡Tenía miedo!
Miro a su hija dormir. Se había
quedado así mientras se quedó pensando en las cosas y situaciones que viven las
mujeres cada día. El día de la madre sería un día diferente para ella, de eso
estaba segura. Pues a partir de ese momento, la vida de la pequeña familia
McAll cambiaría para siempre.
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