Mirabas a tu alrededor con mucha atención. Querías guardar en tu mente aquel paisaje de cielo gris que se presentaba delante tuyo. La decisión estaba tomada; no había vuelta atrás.
No había estado en tus planes el haberte enamorado, sobre todo de ella. La chica que supo colarse en tu corazón sólo con ser ella: atrevida, sincera, directa, firme, noble, y la lista continúa. Toda ella es hermosa, un ángel que llegó en el peor momento de tu vida.
Y tú eres el demonio que no aceptaba el amor y las cursilerias, Sin embargo, caíste en aquellas redes, casi sin darse cuenta. Ninguna de las dos aceptaba lo que estaba pasando; tampoco aceptaban aquellos sentimientos que estaba creciendo dentro de ustedes.
Simplemente, no aceptaban que estaban hechas la una para la otra. Tú, y aquella manía, desde que eras una adolescente, de guardartelo todo para ti misma. Sobre todo, de esos sentimientos que tienes hacia ella.
Decidiste cuidarla a lo lejos, y protegerla. También decidiste amarla en silencio, y sufrir cuando la ves con otra persona. Después de todo, aplicas la frase, ya gastada de boca pero no en acciones: "si ella es feliz, yo también seré feliz".
Y lo haces porque tú no eres egoísta. Al contrario, lo haces por ese amor que le tienes; por ese amor profundo que lo entregas lleno de admiración, y que lo profesas en completo silencio y a la distancia. Porque valoras la amistad antes que cualquier cosa.
Porque valoras aquellos momentos que han compartido en su amistad llena de altos y bajos, pero que desde el inicio hubo sinceridad completa, admiración, franqueza.
Y ahora, en ese silencio, te vas sin decirle nada a nadie. Después de todo, nadie te ata a estar aquí. Y tus pendientes, todos están resueltos. Te vas para que ella sea feliz, aunque tal vez nunca sepas lo que ella pensaba en ese aspecto. Lo haces por el bien de las dos; lo haces por la amistad que llevan, y que tiene ya sus tantos años.
Y eso es lo primordial para ti: conservar la amistad con una mujer increíble en todos los aspectos.
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